viernes, 21 de septiembre de 2012

La vida de los muertos (III)

Ni tan calvo ni con dos pelucas




No sabemos si existen vidas que sobreviven a la propia muerte pero sí sabemos que el factor muerte siempre estuvo muy ligado al político don Santiago Carrillo a lo largo de toda su vida. A pesar de su avanzada edad y algunos lógicos achaques, nunca pudo decirse que era un muerto en vida, al contrario, mantuvo un pasado lejano totalmente presente ya fuera en los micrófonos de los magazines radiofónicos de tarde o en las presentaciones de libros o incluso a través de terceros como la disección novelada que sobre su persona realizó el escritor Javier Cercas en Anatomía de un instante. De uno u otro modo, suscitaba reacciones de lo más extremo desde la indignación hasta la idolatría. A nadie dejó indiferente, pues se trataba de una persona de opinión propia que nada callaba, unas veces nadando a contracorriente de lo que se suponía debía opinar y otras desdiciéndose de aquello que postuló en otros momentos de su vida.

En el editorial de El País del 22 de agosto de 1979, pocos meses después de la aprobación en referéndum la Constitución Española. se reconocía - en cierto modo - que la aspiración de la lucha antifranquista -
en especial de la clase obrera - de romper y hacer saltar por los aires el régimen,  quedó apartada en favor de la consecución de una democracia estable mediante una reforma política. Textualmente, decía así:
 
“...la aceptación de la Constitución...conllevó a consagrar privilegios, santificar abusos y perpetuar injusticias...”. 

 
En fin, otorgar al pueblo español una democracia moderna a cambio de que todos miraran para otro lado a la hora de juzgar los crímenes del franquismo. ¿Cómo se explica? Toda la izquierda que se movilizó en la lucha antifranquista tuvo a Santiago Carrillo como líder comunista uno de sus representantes más activos y combatientes desde el mismo momento en que acabó la Guerra Civil, ya fuera organizando la lucha de maquis, movilizando a los comunistas en el exilio o bien arriesgando su vida entrando clandestinamente en España cuando continuaba siendo el que quizás era el enemigo público número uno del régimen dictatorial. Años antes de la muerte del dictador, Santiago Carrillo ya había abandonado la nave conductora de la corriente comunista que dirigía con puño de hierro desde la URSS el dictador y genocida Joseph Stalin. Desde Francia e Italia en los años 60, surgíeron nuevas corrientes renovadoras del comunismo y que tuvo por nombre precisamente eurocomunismo y don Santiago cambió su estrategia de cómo debía proyectarse el PCE en aquel momento. Y abrazado a esta nueva tendencia, comenzó a crear, quizás sin saberlo, lo que se convertiría en el primer embrión de la Transición española: aceptar una monarquía parlamentaria, renunciar a la República y dando muestras de renovación aupándose en el emergente eurocomunismo y alejándose de la ortodoxia del Telón de Acero a cambio del establecimiento de una democracia parlamentaria en España. Por ello, muchos comunistas, gentes de izquierdas, trabajadores, sindicalistas, antifranquistas moderados o extremos, fuera del calado que fuera, siempre han criticado a don Santiago Carrillo el hecho que izara la bandera blanca desde la oposición antifranquista con el objetivo de que pudiera restaurarse en España una moderna democracia al estilo de los países de la Comunidad Económica Europea. Todo ello, antes de ser legalizado el PCE, antes de los asesinatos de Atocha en enero de 1977, antes de ser detenido don Santiago en el famoso sainete de la peluca después de entrar de forma clandestina en España, antes de que Adolfo Suárez cogiera las riendas de la reforma política y mucho antes
antes de morir el dictador, don Santiago ya decidió y puso en marcha la estrategia, de fuerte calado pragmático, de sacrificar los ideales e inclinar la balanza a favor de una reforma política y no una ruptura traumática. Muchos historiadores nos preguntamos que si la Transición ya fue conflictiva y sangrienta, cómo hubiera sido ésta si se hubiera consolidado la lucha obrera a todos los niveles tanto social, como político como económicamente.
 
Por eso unos lo han tildado de traidor, incoherente, débil y cómodo. Otros de verdadero demócrata, responsable y hombre de pacto y palabra. Qué más da. El resultado fue que en aquella correlación de debilidades de la izquierda durante aquellos años optó por facilitar la reforma política que le fue encargada al timonel Adolfo Suárez. O si bien se mira, se vio forzado a ceder ante una reforma posibilista y negarse a una ruptura con evidentes visos de violencia y conflictividad en las calles y en las empresas y porqué no decirlo, vista como una quimera por muchos. La ruptura hubiera significado una espiral de conflicto extremo puesto que la sociedad sufría las consecuencias de la crisis del petróleo y una inflación disparada en torno al 24% y por tanto contaba con una fuerza mayúscula en las calles que empezaba a preocupar al ejército, los políticos, el búnker franquista y hasta la propia CIA. Y evidentemente los poderes fácticos, la burguesía y los intereses internacionales amenazados, lo hubieran impedido. De hecho, los pocos intentos de ruptura fueron apagados y machacados desde la violencia de la extrema derecha, la criminalización social contando para ello con la ayuda de los medios de comunicación pactistas y a través de la guerra sucia auspiciada desde los servicios secretos españoles y de la OTAN (lean si no qué fue sino Operación Gladio, ele ejército secreto de la OTAN).


Lo criticable de don Santiago en la Transición es que permitió que toda la fuerza de la lucha antifranquista reflejada en los movimientos vecinales, estudiantiles y sobre todo obreros  quedara suplantada en su totalidad por la oligarquía política que les empezó a representar tanto en el PSOE como en el PCE o los sindicatos emergentes en el posicionamiento de éstos ante el movimiento de piezas que supondría la muerte del dictador. Pero de lo que nunca se ha escondido don Santiago es de asumir la responsabilidad de sus decisiones con todas sus consecuencias. Hasta incluso, uno de los ponentes del texto constituyente, el precisamente comunista Jordi Solé Tura, reconoció las dificultades que albergaba alcanzar la democracia a través de medios democráticos.

¿Y qué quedó después? Fijémonos que la muerte fue a buscarle de forma infructuosa por dos veces: primero, fue un 23 de febrero de 1981. Allí permaneció en su asiento. Frío, distante, las balas silbaban en el hemiciclo y éstas, para don Santiago, no eran más que el atrezzo de un sainete de fiesta mayor; casi, casi, se podía decir que se estaba aguantando la risa (no se sabe bien bien porqué). Hasta incluso se podía intuir la certeza de ser consciente que de estar fumándose su último cigarro Dunhill. La muerte vino de frente. Pero él, ya había ido y venido varias veces, unas en la Guerra Civil y otras en las fronteras de la clandestinidad de la Vall de Arán.
La segunda vez, fue una muerte política, que se consumó en una pira de la que salió ardiendo, justo durante la primera legislatura del PSOE, partido el cuál,representó su bautizo político militando en las Juventudes Socialistas antes de la Guerra Civil. El PCE se hundió en las elecciones de 1982 y 1986 por lo que se vio forzado a marchar tras intensas disensiones en el seno del partido, especialmente con la corriente renovadora, probando así, todo sea dicho, su propia medicina que años atrás le permitió controlar y manipular a las bases comunistas a su antojo desde hacía años. Parémonos ante la que fue una de las imágenes más impactantes de la historia del siglo XX: las bases comunistas se echaron a la calle de forma masiva en enero de 1977 en señal de duelo por el atentado terrorista de extrema derecha que costó la vida a cinco personas en un despacho de abogados laboralistas de Madrid, todos ellos militantes del PCE. La escena, donde centenares de comunistas se manifestaron de forma pacífica y en silencio (cabe recordar, insisto que el PCE todavía era ilegal) se debió a la petición de don Santiago a sus bases de mantener la disciplina de partido manifestándose en silencio y sin violencia. Y todos obedecieron sin rechistar; para lo bueno y para lo malo, haber mamado el régimen soviético desde joven tenía este tipo de cosas.

Y salvado de aquella pira continuó su vida, alejada de la arena política y cercana al ejercicio periodístico, su otro perfil que tanto le gustaba desde joven. A lo largo de estos años el debate que más se ha mantenido hacia su persona, es su presunta implicación o no en delitos de sangre y que le supuso tener que afrontar agresiones verbales y amenazas (de muerte cómo no) derivados del punto más negro de su biografía. ¿Fue don Santiago el responsable directo de ordenar los fusilamientos de Paracuellos (se barajan cifras entre 2.800 y 5.000 prisioneros asesinados del bando nacional) en noviembre de 1936? No existe un consenso peró sí un debate fuertemente ideologizado.

 
Mi opinión después de analizar múltiples investigaciones y artículos de diferente calado ideológico es que bajo su cargo de consejero de Orden Público en la Junta de Defensa de Madrid tuvo jurisdicción en la capital pero no en las afueras donde ocurrieron los hechos; las consignas en aquel escenario en que se defendía Madrid del inminente asalto de las tropas de Franco, provenían de los agentes soviéticos enviados por Stalin y que los dirigentes comunistas españoles, cómplices, cumplían casi sin excepción; se ha documentado recientemente a través de los archivos de la CNT que existieron en aquella actuación, como mínimo, tres grupos diferentes de presos y que cada grupo tenía asignados responsables diferentes y a los que se sumaban grupos de incontrolados que huían de Madrid y que participaron en las ejecuciones. Es prácticamente la única prueba documental que implícitamente otorga la responsabilidad de la decisión de los fusilamientos masivos a agentes soviéticos y la ejecución a elementos extremos comunistas y anarquistas.
Pero no existe ninguna evidencia documental que implique directamente a don Santiago en los hechos. La única duda que permanecerá siempre latente es si era conocedor de aquella decisión de tan enorme magnitud. Y dos, si lo supo, que no sería extraño ¿hubiera podido hacer algo en aquel caos y situación de pánico? En este marco de análisis histórico, no caben más que estimaciones o aproximaciones a los hechos ocurridos y como investigador de Historia debo ceñirme a eso, a una estimación y a una hipótesis, no a un juicio ideológico basado en criterios parciales y sin evidencias documentales que lo prueben tal y como frecuentemente se han dedicado a hacer unos aficionados a la Historia sin vocación y sin rigor científico, léase Pío Moa o César Vidal.
Su último testimonio dejó patente que todavía creía en el espíritu de la Transición pero observaba cómo ese espíritu dejó de existir y que dada la imposibilidad de recuperarlo, delante de la grave situación económica, la crisis moral del país y la unidad e indisolubilidad de la nación española en entredicho y amenazada, optó por alejarse en perspectiva y reírse del recuerdo de las balas haciéndole la raya en medio de su famosa peluca.

Así fue la vida de don Santiago, imposible de juzgar, con todas sus luces y todas sus sombras. 


Así es la vida de los muertos.
 

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