Entre banderas negras, himnos o emblemas, la Ⓐ se erige probablemente en el símbolo anarquista que más se ha posicionado y difundido en las últimas décadas en la iconografía y el imaginario popular libertario, sin haber perdido ni un ápice de empuje desde su creación. Guste o no, han sido muchos los ámbitos y personas (e incluso marcas de perfumes o de mochilas) que se han apropiado de este símbolo erigiéndolo en un objeto de mercadotecnia y al que muchos adolescentes se han abrazado en una pretendida etapa de aséptica rebeldía (aquellos que pocos años después no pondrán ningún pero a estudiar en una universidad privada).
A pesar de ello, y dada su difusión transversal por todo el planeta, no ha sucumbido a un extremo envilecimiento del mercado que sí ha fagocitado otros símbolos, como la célebre foto del Che Guevara, realizada por el fotógrafo cubano Alberto Korda. Es más, uno no puede dejar de sentir contracciones esofágicas al ver la susodicha foto estampada en las camisetas de conocidas franquicias de ropa, mientras que se percibe todavía cierta frescura e ingenua autenticidad al observar una Ⓐ pintada en una fachada de cualquier ciudad.
El factor U+24B6
Bien, merece la pena reflexionar sobre el papel realizado por U+24B6 (código desde el que se edita este símbolo en entornos informáticos). El libro editado por Virus y traducido del proyecto original en italiano, trata de explicar, y lo hace de forma brillante, los orígenes, la difusión, su significado a través de análisis semióticos y estéticos y su edad de oro y expansión durante los movimientos contraculturales de los ochenta.
Cabe destacar especialmente dos pasajes: primero, el que habla de un origen claro del símbolo en el París de los años 60 , ”…Tomás Ibáñez fue el inspirador, René Darras lo plasmó gráficamente en 1964…luego retomado por la Gioventú Libertaria de Milán en 1966…”, pero evidenciando unos precedentes en forma de prototipos en años anteriores. Sin embargo, el libro menciona, pero no aclara, sobre dichos precedentes, una pista falsa en cuanto a fuentes documentales, y es que la fotógrafa Gerda Taro en la Guerra Civil Española retrató un miliciano en cuyo casco se vislumbra un prototipo de este símbolo pintado en tiza. Segundo, la curiosa existencia de un sello de películas X, Anarchy Films, cuyo logo simboliza el credo pornoanarquista de sus películas, críticas con la hipocresía y los condicionamientos religiosos.
Pero lo mejor de la publicación es, sin duda, su aportación gráfica, un recorrido histórico que ofrece un hilo argumental que no precisa de texto, ni explicación ninguna, un ejercicio de antropología y sociología de gran valor. Eso sí, no busquemos soflamas ideológicas ni proclamas políticas o doctrinarias; la obra trata de un símbolo en un contexto de diversos ingredientes, mezclados de forma poliédrica en sus puntos de vista y de la que emerge un producto esencialmente ecléctico, mezclando la pornografía, el movimiento punk, el diseño, las marcas patentadas y entrevistas a sociólogos; con resultados imprevistos, tal y como menciona el título.
Rondaban los años 80 en los suburbios de las metrópolis, cuando no existían más medios que un trozo de tela para parchear la espalda de las tejanas; muchos pedían a la abuela que nos cosiera una Ⓐ, y es que en cuestiones de anarquía, la Ⓐ vale tanto para un roto como para un descosido.