Elija un frankfurt. Si es de barrio, mejor. El frankfurt de barrio no es un frankfurt cualquiera. Tolerancia cero ante los frankfurts franquicia. Rebélese y no se arrodille ante el paso imperial de legiones hambrientas de comida de poliespan.
A continuación entre. No salude. Porque nadie lo hará. Acérquese a la barra. Manténgase en pie. La mugre pegajosa del suelo le ayudará. Observará que no hay sillas ni taburetes. Hinque sus codos con firmeza encima de la barra e inspire profundamente. Escuche los chascarrillos de los presentes y fíjese en la decoración de las paredes. Pues bien: si no consigue desenganchar los codos de la barra; si el olor a fritanga se ha instalado para siempre en sus fosas nasales; si los comentarios son acerca de cómo será el fin del mundo; o bien cuelga de las baldosas un calendario del Mundial ‘82; y además aparece una señora de escándalo desnuda abrazando a Naranjito….es que usted se encuentra en un frankfurt de verdad.
Por si le cabe alguna duda fíjese en los fósiles que adornan el local: en tiempos pasados fueron jamones y embutidos.
Último preliminar: deberá tener en cuenta la terminología gastronómica bàvara al uso: frankfurter, bierwurst, bockwurst, bratwurst, blutwurst, wienerwurst, pikanwurst. Si además es usted científico o becario y no le queda más remedio que emigrar a Alemania, eso que tendrá aprendido.
Procedimiento:
Es muy sencillo: pida un frankfurt. Asertivamente y con desdén. Como un macho alfa. Tal que así:
- ¡Jefeeee! ¡Un frankfurt!
El jefe, casi escupiéndole en la cara, le obedecerá. Su compañero, el doble de Harry el Sucio le servirá el frankfurt. Tome una servilleta, de esas secantes y tome con la yema de los dedos el frankfurt con extrema delicadeza. Con la misma delicadeza con que cogería su pene recién operado de fimosis. Escoja las salsas. Ketchup y mostaza a partes iguales. Apriete los respectivos envases. Cerciórese que golpea con contundencia el bote y lo estruja hasta que expulse tal cantidad de salsa que haga desaparecer la salchicha bajo borbotones de magma rojo y amarillo.
Hinque sus colmillos en el plástico que cubre el concentrado de nitrato de cerdo. Ignore las más básicas reglas de educación para la ciudadanía. Deberá salir del establecimiento debidamente condecorado. Los medallones de ketchup y mostaza serán un complemento a su vestuario que bien mezclados harán dudar a más de uno si es usted de los de la estelada o de los de la furia española.
Desenlace:
Recuerde: vivimos un tiempo entre imposturas. El frankfurt es la antítesis
de las recomendaciones de su médico, su madre, la Organización Mundial de la
Salud, las farmacéuticas y la plataforma reivindicativa “Queremos un Bulli de low cost”. Toda una confabulación contra
usted. Pero usted es simple y austero. Como un frankfurt. Ya lo dice la
sabiduría popular. Menos es más. Y Mas es menos.
Lou Reed: el mago que voló a través de la tormenta
La mañana del 10 de diciembre de 1984 era fría y gélida. Cogí el
destartalado autobús que me conducía al instituto y mi cabeza no estaba - aquel
día - por las clases de bachillerato. Coincidí en aquel año académico en un
aula donde una gran parte de los estudiantes tenía inquietudes musicales de
rock de lo más selectas: Beatles, Bowie, Rolling Stones, Springsteen, AC/DC,
Who, Led Zeppelin y un largo etcétera. Me sentía realmente a gusto en semejante
contexto, porque mi pasión por dicha música había comenzado desde bien pequeño. Como
si un extraño electroshock hubiera hecho mutar mi cabeza. Pero aquel día no
me atreví a revelar a mis compañeros de clase que aquella noche asistiría al
concierto que Lou Reed iba a ofrecer en el Palau d’Esports de Montjuïc. Pensé
que no me creerían: tenía 15 años y en aquel tiempo no era habitual que un
adolescente asistiera a conciertos de rock. España acababa de salir de una
agitada y violenta Transición política. Y si el concierto era de Lou Reed menos
todavía. Sólo unos pocos años antes - en la misma ciudad - durante uno de sus
conciertos se produjeron importantes y graves disturbios con la policía.
Así fue como asistí a mi primer gran concierto de rock. Una huella indeleble para siempre en mi vida. Fui la envidia del
instituto al día siguiente para aquellos que - todavía incrédulos - aceptaron
la versión de una historia que otros creyeron inventada para impresionarlos. La
ida y venida de Cornellá al Palau d’Esports se produjo en un Volkswagen
Escarabajo. Un vehículo peculiar y majestuoso entre el
parque automovilístico español de aquel entonces donde solo menudeaban supermirafioris,
cuatro latas y citroens tiburones. Meses más tarde, aquel concierto fue emitido
por TVE2 en marzo de 1985 en el programa de La Edad de Oro.
Lou Reed era más que un genio. Era un visionario. Un mago cuya púa de
guitarra era una varita mágica que transformaba acordes y letras en nuevas
sensaciones. Levantarte de la cama en pleno apogeo hormonal adolescente y poner
tu primer pensamiento en una cinta de casete y escuchar Sweet Jane o Rock
‘n’ Roll podía convertir un día ordinario de tu vida en un día perfecto.
No fue casualidad asistir a dicho concierto. Tirando de hemeroteca cerebral
uno de mis primeros recuerdos de infancia no es visual. Es sonoro. Fue una
tarde en que escuché Walk on the wild side tras la puerta de la habitación
del primogénito de la familia.
Volví a verle en 1989 en la gira del álbum New York. En 1991 tuve la
grandísima fortuna de obtener una entrada al Palau de la Música a la
presentación del álbum Magic and Loss, un concierto intimista inolvidable,
basado en el proceso por el que pasó Lou Reed ante la muerte por cáncer de dos
de sus amigos. En 1996 me marché a vivir a Londres y al quinto día de mi estancia,
y sin tener ni puñetera idea de inglés, me fui solo a verlo a la otra punta
del Big London. De regreso perdí el último metro de vuelta y puedo contabilizar aquella
noche como la única en mi vida en que he dormido en el metro: sólo, en un perdido y hostil
enlace de los Eastenders londinenses. Ni siquiera fui consciente
del lío en el que me podía haber metido. Pero no me importó: era muy feliz de
haber asistido a un concierto del señor Lewis Alan Reed.
Después lo vi más veces, hasta que en 2000 fui a Razzmatazz de nuevo con mi hermano
(algo así como mi primo Zumosol del rock) y Jordi P. una persona amiga y
querida al que - pocos meses después - la carretera se lo llevó por delante.
Me afectó tanto, que no pude volver a asistir a un concierto de Lou Reed. No
me veía con el ánimo suficiente para seguir viendo a mi ídolo. Como si hubiera
sido uno de aquellos días en que te haces viejo de repente.
Cualquiera de estas cuestiones personales no dejan de ser anécdotas, como
las de cualquier otra persona enamorada de la poesía, el rock y las vanguardias.
Pero a la vez que explico esto, miles de jóvenes, y no tan jóvenes, de esta vida y
de los que ya no están entre nosotros tienen algo en común: haber sido
desgarrados por el lado salvaje de este poeta del rock and roll. Y toda esta
familia se ha sentido más vacía que nunca al saber de la muerte de Lou Reed el
27 de octubre de 2013. Todas las referencias periodísticas de la mañana
siguiente han sido unánimes:
Pero sobre todo padre y maestro musical
de generaciones enteras de la música, el arte y la cultura.
Desde sus tiempos en The Velvet Underground o pasando por el rock-poesía
urbana de sus discos en solitario creó éxitos y piezas claves en la historia
del rock como Walk on the wild side, Heroin o Perfect Day.
Pero limitarse a los hits es simplificar su valía. Toda su discografía está
repleta de ricos matices, de propuestas que van desde lo íntimo (Magic and
Loss), a lo conceptual (Songs for Drella, The Raven), o de lo que mejor se le
daba: la mezcla de rock y poesía urbana donde seguramente con el álbum New
York alcanzó uno de los puntos álgidos de creatividad en su carrera.
Su influencia marcó para siempre la evolución de la música rock. Sin él
podríamos hablar seguramente de punk, rock alternativo, poesía urbana, cultura underground pero en otros términos (y
además descafeinados). Lou Reed era un pez huraño que nadaba a contracorriente,
al que nadie podía asir desde los largos y poderosos tentáculos del rock business
o el mainstream. No se dejaba imponer las directrices comerciales de
las discográficas. Sus letras no hablaban de chico conoce a chica. Sus letras,
crudas, hablaban de yonquis, putas, locos, enfermos, de todo aquello de lo cual
la clase media (que define a los mediocres y no el estatus económico) nunca ha
querido hablar ni ver. Y de la clase política ni hablemos: conocidas son sus
ácidas e inteligentes críticas a los políticos conservadores americanos.
Y todo ello desde un punto de vista poético en un ejercicio intelectual que
produce en quien lo escucha una fascinación mágica y secreta. Por eso hubo una
época en que secretamente todo el mundo quería ser Lou Reed.
Un músico complejo y enigmático. Un genio solitario. Un músico influyente.
Un artista total que mezclaba con facilidad la literatura, la música y la
vanguardia artística. Su voz, profunda única y característica proyectaba
poesía: la poesía de aquellos que caminan por otros caminos – salvajes o no –
de la vida. Una vida desnuda de todo convencionalismo.
Una vida, la de Lou Reed, que nos ha dado otra vida -y diferente- a muchos,
alejada de las referencias culturales estándard. Una vida que seguirá presente
entre los que le amamos y le seguiremos amando. Aunque la vida actual sea tan
diferente a aquella otra. La de los que buscaban sus discos en Perpignan. De
aquella vida llamada Transición política. De aquella otra en que no existía lo
digital y los vinilos eran algo más que un producto comercial. O de tantas
otras vidas de aquellos que, seducidos por la locura, la insatisfacción y la mediocridad se
equivocaron al escoger el lado más salvaje a través de drogas duras
y excesos que pagaron con la propia vida.
Entre los muertos y la vida de los que quedamos hablamos un mismo lenguaje.
El de otra dimensión, llamémosle poesía y rock urbano, que nos dejó para siempre
el mejor poeta eléctrico. El mago que voló a través de la tormenta. Y espera en
la puerta de la noche para despertar en la calma. Eterno.
El pasado 13 de septiembre el escritor Javier Cercas
escribía un artículo en El País Semanal, acerca de la cuestión del derecho a
decidir, debate generado al albur de las diferentes iniciativas ciudadanas puestas
en marcha en Catalunya que defienden y reivindican el derecho a realizar una
consulta popular sobre la independencia de dicho territorio. En el artículo,
titulado Democracia y el derecho a decidir, el escritor critica
implícitamente la dudosa legitimidad de abrir un hipotético proceso de escisión
del Estado español fruto de la voluntad de un grupo de población, según él,
minoritario.
Cartel de Via Catalana cap a la Independència. Fuente: www.assemblea.cat
También critica que Catalunya sufre un clima social
impregnado de totalitarismo soft. De
hecho, el artículo cuenta con diversas afirmaciones como que se vive una falsa unanimidad de mayoría que quiere la independencia que existe
una concordia ficticia (se refería
ciertamente al 1.400.000 personas que se manifestaron en la Vía Catalana en
la Diada de Catalunya) o que en democracia
no existe el derecho a decidir. O que la
democracia consiste en decidir dentro de la ley.
Portada del libro de Javier Cercas (fuente Ed. Mondadori)
Sorprende que el reconocido y excelente
escritor de la novela (o ensayo histórico disfrazado de ficción) Anatomía de un instante se manifieste en dichos términos Máxime cuando debería
saber - después de haber investigado, de haberse documentado y de haber
contabilizado centenares de horas de entrevistas con los principales actores de
la Transición a la democracia - que los andamios y engarces del actual Estado
de derecho español se construyeron sobre
un escenario no precisamente democrático. De hecho, los errores de aquella
Transición se están pagando ahora. Aquel café
para todos ha acabado siendo una bomba de relojería en un marco extremo de
crisis que los actuales políticos no saben cómo solucionar.
Aquel proceso de Transición
no tuvo nada de democrático por lo siguiente:
1.- Los movimientos antifranquistas, ya fueran de izquierdas
o independentistas, quedaron fagocitados por los rápidos pactos que alcanzaron
fuerzas nacionalistas satélites, franquistas reciclados a europeístas liberales
y la traición de los dos grandes sindicatos CCOO y UGT. Un baile de debilidades
(que no de fuerzas) marcaron el adn
de la actual democracia cuya guinda es la supuesta aceptación de una monarquía
parlamentaria impuesta por una ley orgánica del dictador y genocida Franco.
2.- Cada vez existen más estudios y averigüaciones que
sostienen como cierta la hipótesis de que se planificó una estrategia de la
tensión con la aparición de la guerra sucia de los servicios secretos del
Estado para amedrentar a los movimientos obreros de base e impedir que éstos
fueran más allá en su lucha y alcanzar lo que una silenciosa mayoría deseaba:
una ruptura con el régimen y no una reforma política. Esto último es lo que acabó
ocurriendo. Pero una política de información poco transparente por parte de los gobiernos socialista y popular impide llegar al fondo de la cuestión: el acceso a
muchos de los archivos españoles con numerosa documentación de acceso restringido gracias
a una nada democrática Ley
de Secretos Oficiales aprobada en 1968 todavía vigente. Esta ley no sólo
no ha sido actualizada ni derogada por otra más acorde a los tiempos modernos y
democráticos, sino que ha
sido reforzada para impedir el acceso a los archivos de las embajadas españolas
de diversos países. Este hecho ha sido denunciado
por un numeroso grupo de investigadores y archiveros que no pueden, entre
otras cosas, investigar la documentación de hace más de 30 años, tiempo límite
ante el cual es obligatorio la desclasificación de papeles. Curiosamente ha coincidido en el tiempo este hecho y el debate de la Ley de Transparencia hace pocos días aprobada.
Portada del libro La Transición Sangrienta
De hecho, los estudios de Xavier Casals,
investigador de los movimientos de extrema derecha, demuestran lo determinante
que fueron estos grupos camuflados (tanto españoles como
italianos y algunos de ellos bajo la tutela del ejército secreto Gladio de la
OTAN) para tener controladas las fuerzas antifranquistas, especialmente las de
izquierda, anarquistas e independentistas. Cabe destacar en este sentido el
estudio de La
Transición sangrienta de Mariano Sánchez Soler que relaciona todas las
víctimas de la violencia política en la Transición. Muchas de ellas lo fueron por
parte de las fuerzas de seguridad del Estado o por comandos fascistas que
trabajaban para una corte de comisarios franquistas y torturadores
profesionales. Curiosamente, muchos de aquellos episodios oscuros y nunca esclarecidos y
que determinaron el clima de decisión política son fantasmas que amenazan con su reaparición. Los actuales alumnos aventajados en defender la indisoluble unidad de
España ya han resucitado. Como así ocurrió en Madrid el pasado 11 de setembre
cuando conocidos militantes de extrema derecha atacaron
la sede de la Generalitat en la capital del reino.
Todo este recorrido historiográfico, que a priori no tiene que ver con el articulo de Cercas sirve para rebatir al célebre escritor la parte de Historia que conlleva en su apreciación de democracia y ley. Volviendo al ámbito de la teoría política, Javier Cercas confunde la praxis democrática con un
proceso constituyente (que puede ser o no democrático). Un sistema democrático no es una ley en sí misma. Es un contrato social surgido del pacto entre
individuos que libremente deciden constituir un nuevo orden. La ley, en democracia,
está para ser cumplida, en eso estamos de acuerdo. Pero la democracia no es ley ni la ley necesariamente debe ser
democrática. En este sentido el investigador en Sociedad de la Información de
la Universitat Oberta de Catalunya, Ismael Peña afirma en su blog
IctLogy en su último post que el derecho a decidir es un derecho individual
y no colectivo. Y afirma que El derecho de autodeterminación es previo a la Constitución porque
primero viene la decisión de crear una sociedad y después viene el explicitar, el fijar
negro sobre blanco, cómo se va a organizar.
Portada del libro Cultura de la Transición
Por tanto, el artículo desprende importantes y graves errores de apreciación en los conceptos más básicos de la disciplina de la teoría política. Ypasa por alto cuestiones historiográficas que conoce
(o debería conocer) perfectamente; eso o al menos que ignore que existen muchos documentos sin
desclasificar y que contienen información que ninguno de sus entrevistados le
dijo. Su artículo destila una idealizada y mitificada idea de democracia (la que dibujó
la Transición) y de su ley constituyente - la Constitución - como ley suprema,
única y sagrada. ¿Pretende decir que existió antes la ley que el hombre? ¿Como
si una fuerza mítica y sobrenatural ya hubiera otorgado a los mortales una
serie de leyes y contratos bajo los cuales deberían regirse? Quizás sea víctima de lo que un grupo de intelectuales llamó como la Cultura de la Transición en el que la aparente progresía de la izquierda acabó aplicando un programa de establishment y doctrina del fundamentalismo democrático. Lo cual ha acabado condicionando otras formas de hacer política o escuchar - como es el caso - a una parte importante de la población que pide ser consultado democráticamente en las urnas si quiere pertenecer o no a un estado.
De los artículos de Ismael Peña en Sociedad Red Blog se deduce que la naturaleza
de las leyes de un Estado de derecho contempla su interpretación, su
flexibilidad y su actualización si fuera necesario. La democracia obedece a unos
principios no a la ley. El acuerdo y pacto social precisa de un cauce legítimo
para expresar la construcción de un espacio regido por la ley. Primero se
legitima. Luego se legisla. La democracia se construye en base a una
legitimidad no a una legislación. Lo contrario son leyes pero no democráticas.
Por tanto democracia es mucho más que decidir dentro de las
leyes.
Al menos que sean leyes
de la frontera, las cuales Javier Cercas conoce muy bien.