miércoles, 18 de marzo de 2015

La vida de los muertos (VIII)

 El refugio


La realidad es lo que queda en el filtro cuando se filtra un fantasma
Ambrose Bierce




Me llamo Ramón Barea y vivo en un refugio antiaéreo en pleno Ensanche barcelonés desde el 18 de marzo de 1938. Aquel día perdí un brazo, aunque no por ello he ahogado mi desdicha en el alcohol. Al revés, después del bombardeo que asoló la ciudad durante tres días, cuando yo tenía veinte años, formé mi propia familia en la mismísima puerta del refugio junto con Eugenia, una esbelta chica de unos veintitantos años que emigró desde Galicia y que trabajaba en un taller textil del barrio de Gracia; Simón, un chiquillo de ocho años, sordomudo y de mirada asustadiza; y Herminia, una gibosa anciana trastornada por alguna enfermedad mental propia de la edad.

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Refugio antiaéreo metro de Madrid



El refugio es oscuro, maloliente y silencioso, pero nada de ello es motivo para sentirnos a disgusto. Al contrario, no existe la alta humedad típica de los meses de invierno ni sufrimos el bochorno de la canícula. Acostumbrados a una vida sin excesos y disciplinados en las tareas domésticas, la cuestión es que nos arreglamos sin problema alguno. El avituallamiento diario no es nada complejo: la fuente pública nos proporciona agua y seguimos acudiendo a la señora del colmado, que todavía comercia con pesetas. Allí adquirimos, cada día, pan, vino y olivas.

Antes del amanecer suelo salir al exterior para mantenerme informado. Como hoy. Justo enfrente del colmado está el quiosco. Ojeo la prensa que un repartidor en furgoneta deposita cada mañana sobre las húmedas baldosas de diseño modernista. La información cada día abunda más, pero es menos relevante y no se vislumbran cambios en el habitual modus operandi de los gobiernos.


Después de respirar algo de aire fresco y alertado por las primeras luces del día, regreso al refugio, donde me espera mi familia, aislada de la vida social desde el bombardeo. No quiero decir con ello que estén recluidos forzosamente, no. Pero la sola idea de ser vistos y reconocidos como víctimas de la barbarie humana les paraliza y les quita las ganas de salir al exterior.

Eugenia, por ejemplo, tiene la cara deformada debido a las lesiones producidas por el derrumbe de un edificio. Y conociéndola, tan coqueta ella, tan consciente de su belleza de piel blanca, delicada y de tristes tirabuzones pelirrojos, no ha consentido desde entonces salir al exterior. En cuanto a Simón, es la sombra de Eugenia. Ella, a menudo, le pasa sus manos de porcelana por las mejillas; un gesto que él agradece asiendo con el pulgar de su mano derecha la cartera remendada que lleva colgada al hombro. Nunca se separa de su cartera; ni del plumier ni del muñeco roto que habita en su interior. Y respecto a Herminia, su día a día discurre entre fervorosos rezos, aferrada a su rosario como si de un escudo contra el infierno se tratase. Su ceguera no le impide sentirse iluminada. Pero en ocasiones se pregunta por qué Dios la ha abandonado.

Entretanto, los primeros rayos de luz  ya alumbran la ciudad y antes de bajar me detengo en la misma puerta del refugio y rememoro lo que fueron los últimos instantes de mi otra vida. Porque, justo hoy, hace setenta y siete años
las sirenas volvieron a sonar. Habían transcurrido más de treinta horas  desde que la formación de escuadrones Savoia había empezado a machacar Barcelona y fueron media docena las veces que entré y salí del refugio. En la siguiente ocasión no tuve oportunidad de entrar ya que me encontré el refugio cerrado a cal y canto.


Maldita sea, me dije.



Formación de Savoia-Marchetti S.M.79


 Estremecido por el espeluznante zumbido de los aviones supliqué que me abrieran el portón de acceso mientras lo golpeaba repetidamente. Un zumbido que se transformaba, conforme se acercaban las máquinas asesinas, en el rugido de un enorme enjambre de abejas enloquecidas. Mucho mayor que en los dos últimos días. Se esperaba, sin duda, un bombardeo más inmisericorde que los anteriores: más aviones significaban más bombas. Y en esta ocasión se trataba de los temidos y veloces Savoia-Marchetti S.M.79. Pero el portón no se abrió. Lógico. Si la puerta se abría, se corría el riesgo de que la onda expansiva de alguna bomba penetrara en el refugio; o bien, que el acceso quedase bloqueado por una montaña de escombros e impidiera a sus ocupantes salir. Todo ello no acabó sucediendo. Pero a cambio de no dejarme entrar.




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Fotografía del bombardeo aéreo de Barcelona el 17 de marzo de 1938, vista desde un bombardero italiano. Public domain


Los aviones empezaron a bajar en barrena. El día era despejado y las bombas que vomitaban los trimotores brillaban con el sol. A pesar del estado de alarma creado por las sirenas, a pesar de la angustia que me producía ver tantos rostros desencajados, a pesar del aterrador ruido de moscardón de los bombarderos... A pesar de todo ello, un profundo silencio me secuestró. Un silencio producto de la incertidumbre de no saber dónde caería la próxima bomba. El miedo se apoderó de mí; el humo, los tranvías, las madres que corrían asiendo de la mano a sus hijos; todo aquello que se movía, se convirtió en una única imagen congelada. Me sentía en el centro de una inmensa diana.

Una bomba explotó a pocos metros de donde me hallaba. Un sobrecogedor estruendo fue lo último que escuché. Se hizo un silencio absoluto. Se hizo la nada. Después, un pitido continuo, tenue y ahogado. Poco a poco fui recobrando la conciencia. Estaba tumbado. Olía a fuego. Mi saliva era un reflujo de grumos de azufre. Aturdido y bloqueado, sentí que una bola espesa de tierra llenaba mi estómago. También la garganta. Me asfixiaba. La mañana soleada se había convertido en una noche de llovizna polvorienta. Los edificios ardían y el cableado de los tranvías se enrollaba a los troncos arrancados de los árboles. Intenté levantar el brazo para pedir auxilio, pero en su lugar solo había un manojo sanguinolento de arterias y  carne desgarrada. La mujer del colmado ardía viva. Intentaba - sin ningún éxito - deshacerse del abrazo de unas enormes lenguas de fuego. Una bruma gris y plomiza comenzó a dibujarse ante mis ojos. 




Pocos instantes después me incorporé. Quedé durante unos segundos arrodillado, a pesar de no tener intención alguna de ponerme a rezar. El caso es que me puse en pie. A continuación me elevé. Ya no oía el aullido de las sirenas. Las llagas producidas por los miles de fragmentos de cristal que se clavaron por todo mi cuerpo no me generaban dolor alguno. Y a pocos metros de la puerta del refugio, los cuerpos de Eugenia, Simón y Herminia yacían inertes. Pero pronto recobrarían una nueva vida, al igual que yo. La cara de horror de Eugenia con los dientes quebrados; el hilillo de sangre que salía de los oídos de Simón; el rostro hinchado de Herminia (y sin globos oculares); yo sin brazo y con la ropa hecha jirones. Los cuatro entrelazamos nuestros sentidos como buenamente pudimos y decidimos crear nuestra propia y particular familia.

Una familia más.
 

Desde entonces nadie ha venido a visitarnos, aunque mantengo intacta la esperanza de que, algún día, alguien nos encuentre.

martes, 1 de julio de 2014

Microrrelatos (XI)

Lágrimas de Orión (y IV)

En un lugar remoto de Orión nadie teme a los replicantes. Aunque aparenten una cosa y luego sean otra. Excepto uno de ellos que huyó con un humano en busca de la felicidad. Un desliz. Un error del sistema.


Beato de Valladolid. Los cuatro jinetes del Apocalipsis.
Claveyrolas Michel. CC-PD-Mark

lunes, 30 de junio de 2014

Microrrelatos (X)

Lágrimas de Orión (III)

En un lugar remoto de Orión nadie teme a los replicantes. Aunque aparenten una cosa y luego sean otra. También son sensibles y todavía lloran la desaparición de sus mascotas, las ovejas eléctricas, a manos de los humanos.


Maria from the film Metropolis, on display at the Robot Hall of Fame CC BY-SA 2.0
Author: Jiuguang Wang from Pittsburgh, Pennsylvania

jueves, 19 de junio de 2014

Microrrelatos (IX)

Lágrimas de Orión (II)

En un lugar remoto de Orión nadie teme a los replicantes. Aunque aparenten una cosa y luego sean otra. A pesar del sorprendente vello de sus brazos, de la claridad de sus ojos y hacer brotar sangre a borbotones de una herida, a pesar de todo ello, todavía no han conseguido clonar la lengua viperina.


Invidia by Jacques Callot (1620)



martes, 17 de junio de 2014

Microrrelatos (VIII)

Lágrimas de Orión (I)




En un lugar remoto de Orión nadie teme a los replicantes. Aunque aparenten una cosa y luego sean otra. Tan sólo temen a una de sus variantes: los humanos.


By Daniel Solabarrieta
Creative Commons (CC BY-SA 2.0

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miércoles, 19 de marzo de 2014

La vida de los muertos (VII)

Randy Rhoads: el angel de las seis cuerdas

1982 ya no era un año lisérgico. Pero continuaba siendo una fiesta psicotrópica continuación de los años 70. No existía camerino de músicos que no se preciara de componer desenfrenadas orgías de drogas y galones de alcohol.


En aquel mundo las estadísticas de excesos estaban lideradas por un genio y a la vez monstruo: Ozzy Osbourne excantante de Black Sabbath que decidió en 1980 iniciar una carrera artística en solitario. El primer guitarrista de la banda fue Randy Rhoads y precisó sólo unos pocos minutos de audición para ser admitido en la formación completada por el legendario bajista Bob Daisley y Don Airey a los teclados. El primer album editado fue el exitoso Blizzard of Ozz y significó la consolidación del enorme talento de Randy, un minúsculo muchacho, con cuerpo de niño, con un aura, encanto y delicadeza propio de las princesas de cuentos y cuyo único vicio inconfesable era media cajetilla de tabaco al día.
Un chico tímido que profesaba un amor incondicional a su madre - profesora de música - y a sus dos hermanas. Una madre que a diferencia de muchos otros padres, le apoyó y le ayudó en su carrera musical.

Delores y Kathy Rhoads


Después de dos giras con Ozzy Osbourne su única ilusión era alcanzar la maestría en la guitarra clásica cansado del loco circo del rock. Así se lo comunicó a Ozzy manifestándole dichos planes de dejar la banda al acabar la gira. Durante las giras, entre concierto y concierto Ozzy se dedicaba a meterse todo lo que podía en su cuerpo desde anfetaminas, alcohol y cocaína hasta gasolina si hacía falta. Randy, por contra, se dedicaba a contactar con guitarristas locales para aprender nuevas técnicas. Pero no llegó a tiempo a cumplir su sueño de alcanzar la excelencia en la guitarra. En una de las noches puente entre concierto y concierto, subió en una avioneta invitado por un amigo de la banda a dar una vuelta. Se estrellaron. Sucedió el 19 de marzo de 1982. Al piloto - según la autopsia - se le detectaron unos elevados niveles de cocaína en sangre. La autopsia de Randy dio como resultado unos niveles insignificantes de nicotina. 

Aquel fatídico día, muchos headbangers lloraron la pérdida de uno de los mejores guitarristas de la historia del rock. Dejó su impronta integrando técnicas de música clásica a sus solos de guitarra. La ejecución de sus solos, la técnica con la que innovó (mezcla de diatónicas con blues, doble tapping o la velocidad de ejecución en sus solos)  han sido y son referentes para muchos guitarristas. Sólo necesitó cuatro discos de estudio para dejar evidencia de su talento.

Randy Rhoads


Probablemente la peor y más terrible tragedia humana es la pérdida de un hijo. Por ello, una madre podrá asumir dicha pérdida pero jamás podrá aceptarla. Para otros, seguidores y amantes del rock habremos aceptado aquella pérdida con ayuda del tiempo. Hablamos de legado. O de la vida de los muertos. Mientras algunos muertos siguen muy vivos a pesar de los excesos llevados al extremo.
Larga vida a Randy Rhoads

lunes, 3 de marzo de 2014

Puig Antich, cuarenta años de muerte en vida


Un asesinato legal







Existen asesinatos legales. Amparados por la justicia legal de un Estado. En el primer período franquista fueron miles. En el segundo (la llamada Transición democrática) fueron centenares. En la mayoría de casos, perviven en la historia como un elenco de números fríos y estadísticos. Mientras, los familiares siguen intentando infructuosamente pedir justicia en el galimatías cínico e hipócrita de la instituciones judiciales. En el caso de Salvador Puig Antich, un número más. En el número 70 del carrer Girona de Barcelona empezó a escribir su epitafio el 25 de septiembre de 1973. Meses después, un 2 de marzo de 1974 era ejecutado por garrote vil.  Fue detenido por 6 policías. En la refriega entre policías y detenidos hubo 1 muerto: 1 policía. Recibió 5 disparos. La autopsia reveló la existencia de 3. Sumarios: 2. El que debía ser y el que fue. El que fue, fue manipulado. La autopsia la firmó un médico militar que no la practicó, y quien la practicó no la firmó. Resumen: el sumario fue el que no debía ser. 1 sumario al servició del régimen franquista agonizante después de la muerte en atentado de Carrero Blanco. 1 sumario de 1 juicio mediante consejo de guerra (1 oximorón que moría en las perversas mentes que mantenían vivo el régimen franquista, no existía más guerra que la que los propios asesinos se inventaban en su delirio patriótico nacionalcatolicista de que existía 1 guerra para justificar aquella farsa en forma de consejo de guerra).

- Elementos de poder: 4. Policías, militares, juristas y funcionarios.
- Movimiento antifranquista: 1
- Irregularidades del proceso: muchas (y muchas otras que la restricción ilegal de acceso archivos impide conocer).
- Intentos reales de presión de los movimientos antifranquistas de izquierda para pedir una revocación de la condena a muerte: 0
- Revisión de la condena 40 años después: 0
- Condena institucional en democracia de la muerte a garrote vil: 0
- Pruebas documentales que incriminaban a 2 policías como autores de los disparos que mataron a su compañero (involuntariamente): 0

Obviamente fueron destruidas.

La vida de los muertos. Salvador Puig Antich, una muerte en vida. Una vida ajusticiada con falseamiento documental. Cuando el falseamiento documental, la manipulación informativa, el vacío ético respecto a los documentos y los archivos son los instrumentos de los Estados dictatoriales.
Sus hermanas Montserrat, Carme, Imma y Marçona intentan dignamente limpiar de mierda toda la bajeza moral de un caso que en España 2 exgenerales franquistas impidieron que se reabriera a través del Tribunal Supremo.
La fe de unas hermanas en la justicia universal se refuerza ante otro número: 2737. El número del nicho donde reposan los restos del último ajusticiado a garrote vil en España. 

Donde los muertos cobran vida al ritmo del crimen de Estado.